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EL EVANGELIO DE LA CONSERVACIÓN

Por: Valentina Grisales Betancur

Debido a los cambios abruptos que está sufriendo el planeta, reflejados en la disminución de la cantidad, integridad y salud de la biodiversidad en todas sus formas y niveles, se ha sugerido que el planeta está atravesando una transición del Holoceno a una nueva era geológica a la que han llamado “Antropoceno” (Meine, 2010; WWF, 2016; 2018). Esta nueva era se caracteriza por cambios drásticos en el clima, la acidificación de los océanos, la pérdida de biomas enteros y por ende de los organismos que los habitan; pero principalmente, se caracteriza por las rápidas tasas en las que están sucediendo estos cambios y pérdidas, las cuales son superiores a las tasas registradas durante los cincos episodios de extinción masiva que precedieron la aparición del ser humano (Pimm et al., 1995; WWF, 2016; 2018).

Frente a esta situación, que no es propia de este siglo (XX) sino de mediados del siglo pasado (XIX), el concepto de Conservación ha cobrado renombre, en la medida en que es mencionado constantemente en campos no solo de las ciencias naturales, sino también en las ciencias sociales como en la economía y la política. Sin embargo, lo anterior no quiere decir que la conservación sea exitosa en su propósito más básico – “detener o reparar el daño innegable y masivo que se está haciendo a los ecosistemas, las especies y las relaciones de los seres humanos con el medio ambiente” (Ehrenfeld,1992) – o siquiera que sea aplicada.

De hecho, el ejercicio de conservar, sobre todo en las últimas décadas, se ha tornado similar al de evangelizar una religión nueva dentro de un país históricamente católico, un ejercicio desgastante y al que literalmente le han cerrado las puertas.

Así pues, no solo la conservación no ha sido bien acogida, sino que también, aquellos profesionales capacitados para realizar procesos de conservación y aquellas entidades que tienen el dinero para ello, han empezado a cuestionar la pertinencia de invertir tiempo y recursos en conservar. Además, dadas las condiciones actuales del planeta, han surgido alrededor del mundo preguntas como: ¿estamos realmente a tiempo para conservar?, ¿no es ya demasiado tarde para empezar?, y en caso de que no sea tarde, o sea pertinente, aun siendo tarde ¿cómo se debe conservar? y por ende ¿cómo debe ser el discurso de la conservación para que sea ampliamente acogido?

Como bióloga, con una tendencia romántica de conservar por el simple hecho de que todo lo que existe es importante e irremplazable, se me ha hecho un tanto difícil dar respuesta a dichas preguntas, sin embargo, y acusando al sentido común, más que a mis conocimientos técnicos, trataré de hacerlo. Si bien, he mencionado que la conservación debe aplicarse a todas las formas y niveles de biodiversidad, para dar respuesta a las preguntas usaré el caso específico de la diversidad de fauna, y algunos de los más comunes de diversidad de ecosistemas, sin embargo, los siguientes análisis se aplican para cualquier forma de biodiversidad.

El panorama es el siguiente, desde 1970 hasta la actualidad, las poblaciones de fauna terrestre han disminuido aproximadamente un 38%, las de agua dulce un 80% y las marinas un 36%; por otro lado, desde 1700 se ha perdido el 30% de los bosques tropicales del mundo y las concentraciones de CO2 en la atmosfera han superado las 3900 partes por millón (WWF, 2016), lo cual es sin duda alguna, un panorama devastador y de pocas esperanzas en la medida en que la tendencia de disminución va en aumento. Es claro que no existe un proceso de “in-extinción” (reversión de la extinción) y que evidentemente estamos tarde para la conservación de todo aquello que ya se ha perdido, sin embargo, hoy tenemos el 100% de lo que, en nuestro contexto de desarrollo, podemos tener y sobre ello no es tarde aún para empezar a tomar medidas.

 

Ahora bien, aun cuando he dicho que es tarde ya para conservar todo aquello que se ha perdido, es necesario hacer la salvedad acerca de la conservación por medio de la restauración, ejercicio que busca la recuperación de un ecosistema que ha sido degradado o transformado[1]. Por ejemplo, en el caso de la pérdida de bosques tropicales por el uso productivo de la tierra, la conservación podría darse en el formato de reforestación y aun cuando dicho ecosistema estaba al borde de la extinción o extinto en una localidad, podría ser parcialmente recuperado en el (muy) largo plazo (William, 2006). Por otro lado, es importante aclarar también, que, si bien la restauración no puede aplicarse en su sentido literal a la fauna, su aplicación en diversos ecosistemas ayudaría efectivamente a su conservación, en la medida en que la principal amenaza para la fauna es la perdida y degradación del hábitat (WWF, 2016; 2018).

 

En este orden de ideas, y debido a que no estamos del todo tarde para empezar a conservar, es necesario entonces responder la pregunta sobre ¿cómo se debe conservar?, a partir de la cual surgen otras preguntas como: ¿qué factores determinan la necesidad de un ejercicio de conservación? y ¿quiénes son los encargados de hacer conservación? Con respecto a la primera, no existe una respuesta clara, debido a que esta puede variar de acuerdo con quién, qué y dónde se va a conservar; quién tiene los recursos para llevarlo a cabo y, sobre todo (muy a mi pesar), en qué medida beneficia o afecta al hombre. Lo que sí se puede decir frente a esta pregunta es que la tendencia histórica, a partir de la cual hemos obtenido las alarmantes estadísticas que hoy registramos, es que hemos esperado precisamente a eso, a que la situación sea alarmante y casi irreversible para prestarle atención y tomar acción. La pérdida y extinción de ecosistemas y especies, el calentamiento global y la degradación total de los servicios ecosistémicos no deberían ser los factores determinantes para empezar un ejercicio de conservación. Sino que, por el contrario, al conservar se debe predecir y evitar dichos fenómenos y trabajar principalmente en un enfoque de mantener y no de recuperar la cantidad, integridad y salud de la biodiversidad.

 

Por otro lado, acerca de quiénes son los encargados de hacer conservación, la respuesta sí es clara y de hecho es un llamado de atención. La conservación, como definen Soulé y Wilcox (1985), es una disciplina que abarca tanto la ciencia pura como la aplicada, es decir, es un ejercicio de carácter interdisciplinario, para el cual no solo deben capacitarse biólogos o ecólogos, sino todas aquellas entidades, como el gobierno, la sociedad civil y el comercio, que con total seguridad tiene poder y/o influencia sobre la biodiversidad. De igual modo, la conservación es deber de cada una de las personas que habitan este planeta y de su compromiso depende nuestra permanencia. Pero mientras logramos dicha interdisciplinariedad, y que más personas se sientan incluidos en esta problemática, quienes ya estamos permeados y trabajamos por ello, debemos empezar a rediseñar el discurso de la conservación, por medio de un vocabulario igualmente interdisciplinario que dé cabida a los intereses y preocupaciones de todos los sectores que deben y pueden apoyar el proceso de conservación, de esta forma. Hablar de conservación dejará de ser un proceso evangelizador que nadie entiende ni se interesa en escuchar y se volverá una iglesia global a las que las personas acudirán porque están convencidos que allí está la “salvación”.  

A modo de conclusión, quiero responder brevemente cada una de las preguntas que se plantearon al inicio. Acerca de si estamos tarde o no para empezar a conservar, la respuesta es sencilla y un tanto obvia, para todo aquello que ya se ha extinto, o que no puede ser recuperado por medio de la restauración hemos llegado tarde, pero para las formas de biodiversidad que permanecen estamos aún a tiempo. Por otro lado, la conservación por medio de la restauración por sí sola no es suficiente, no se debe pensar la conservación como un proceso de recuperación sino de mantenimiento, para lo cual es indispensable empezar a conservar antes de que la transformaciones y perdidas sean irreversibles. Por último, la conservación solo puede llevarse a cabo bajo un contexto de interdisciplinariedad en donde todo quien se relacione con la biodiversidad (es decir, todas y cada una de las personas que habitan el planeta tierra) se sienta parte del problema y aporte desde su campo de acción estrategias viables y de amplia acogida.

 

Fuentes bibliográficas

1) EHRENFELD DW. 1992. Conservation biology: its origins and definition. Science 255: 1625–26.

 

2) MEINE C. 2010. Conservation biology: past and present. En: Sodhi NS, Ehrilch PR eds. Conservation Biology for All. New York: Oxford University Press, 7-22.

 

3) PIMM SL, RUSSELL GJ, GITTLEMAN JL, BROOKS TM. 1995. The future of biodiversity. Science 269: 347-350.

 

4) SOULÉ M, WILCOX B. 1980. Conservation biology: an evolutionary-ecological perspective. Sinauer Associates Inc.

 

5) TROMBULAK SC, et al. Principios de la bilogía de la conservación: pautas recomendadas para la comprensión e instrucción de la conservación por el comité de educación de la sociedad para la biología de la conservación. Sociedad para la biología de la conservación.      

 

6) WILLIAM FL. 2006. Have we overstated the tropical biodiversity crisis? Trends in Ecology and Evolution 22: 65 – 70.           

 

7) WWF. 2016. Living Planet Report 2016: Summary. WWF, Gland, Switzerland.

 

8) WWF. 2018. Living Planet Report 2018: Summary. WWF, Gland, Switzerland.

 

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